Se presentó a la hora convenida, observó el mar rompiendo en las rocas, forzó la mirada para distinguir alguna cosa que no fuera agua en el horizonte hasta que se convenció que aquello era casi el fin del mundo y que más allá de aquellos acantilados espumosos no había nada más.
Decidió que se quedaba, que no le importaba como era por dentro, si no le gustaba bastaría con dormir donde ahora se encontraba…
Así se lo hizo saber a quien tenía que enseñarle el faro. Le dio las llaves y una cita días después para formalizar los trámites. Un sencillo canje de billetes de una mano a otra y todo había terminado.
Se resistió hasta que tiritaba debajo del jersey para descubrir su nueva morada; abrió lentamente la puerta, con mucho temor, estaba oscuro y apenas se distinguía nada, encendió la luz y su corazón le dijo que se había enamorado de nuevo y sin vuelta atrás.
Tenían razón, no era muy amplia pero los detalles suplían la falta de espacio. Cuatro ventanucos eran los responsables de la iluminación natural de lo que parecía la sala de estar, una estrecha escalera la llevó al segundo piso donde estaba la equipada cocina y el baño; un segundo tramo de escaleras la llevó a la única habitación, un poco más estrecho que el resto por su situación; casi escondida en el techo el último tramo de escalera, típicamente marinera, la llevó a la linterna, ahora apagada, desde donde el fin del mundo se distinguía perfectamente.
Durante aproximadamente tres meses apenas se relacionó con nadie. No iba al pueblo y casi el único contacto con alguien era el chico que, una vez por semana, se encargaba de traerle el pedido que hacia por teléfono a la única tienda del pueblo, tal y como la había informado la dueña el primer día que llamó.
Su vida puede parecer monótona para ojos ajenos pero esa errática actitud la ayudan a ordenarse por dentro. Despierta cuando su cuerpo decide, unos días temprano, tanto que ni el sol ha empezado su trabajo, otros en cambio, es casi mediodía. Un desayuno frugal. Un paseo por la costa abrupta que rodea la casa, una comida ligera cuando siente un poco el desfallecimiento y luego se sienta en la puerta del faro, con la cara mirando al mar, unos folios sobre las rodillas y una estilográfica en la mano.
Escribe sin parar durante algún tiempo, hay días que una hora y otros más de tres… escribe sin guión, sólo lo que su mano decide, nunca relee, nunca vuelve atrás y al cabo de una semana de estar sobre la mesa quema todas y cada una de las páginas llenas de palabras que ella ha ido construyendo. Quizás si las guardase hubieran dado una novela o dos, o simplemente sólo hubiera servido para calzar alguna mesa con ellas, pero eso nunca lo sabremos. (continuará)
Decidió que se quedaba, que no le importaba como era por dentro, si no le gustaba bastaría con dormir donde ahora se encontraba…
Así se lo hizo saber a quien tenía que enseñarle el faro. Le dio las llaves y una cita días después para formalizar los trámites. Un sencillo canje de billetes de una mano a otra y todo había terminado.
Se resistió hasta que tiritaba debajo del jersey para descubrir su nueva morada; abrió lentamente la puerta, con mucho temor, estaba oscuro y apenas se distinguía nada, encendió la luz y su corazón le dijo que se había enamorado de nuevo y sin vuelta atrás.
Tenían razón, no era muy amplia pero los detalles suplían la falta de espacio. Cuatro ventanucos eran los responsables de la iluminación natural de lo que parecía la sala de estar, una estrecha escalera la llevó al segundo piso donde estaba la equipada cocina y el baño; un segundo tramo de escaleras la llevó a la única habitación, un poco más estrecho que el resto por su situación; casi escondida en el techo el último tramo de escalera, típicamente marinera, la llevó a la linterna, ahora apagada, desde donde el fin del mundo se distinguía perfectamente.
Durante aproximadamente tres meses apenas se relacionó con nadie. No iba al pueblo y casi el único contacto con alguien era el chico que, una vez por semana, se encargaba de traerle el pedido que hacia por teléfono a la única tienda del pueblo, tal y como la había informado la dueña el primer día que llamó.
Su vida puede parecer monótona para ojos ajenos pero esa errática actitud la ayudan a ordenarse por dentro. Despierta cuando su cuerpo decide, unos días temprano, tanto que ni el sol ha empezado su trabajo, otros en cambio, es casi mediodía. Un desayuno frugal. Un paseo por la costa abrupta que rodea la casa, una comida ligera cuando siente un poco el desfallecimiento y luego se sienta en la puerta del faro, con la cara mirando al mar, unos folios sobre las rodillas y una estilográfica en la mano.
Escribe sin parar durante algún tiempo, hay días que una hora y otros más de tres… escribe sin guión, sólo lo que su mano decide, nunca relee, nunca vuelve atrás y al cabo de una semana de estar sobre la mesa quema todas y cada una de las páginas llenas de palabras que ella ha ido construyendo. Quizás si las guardase hubieran dado una novela o dos, o simplemente sólo hubiera servido para calzar alguna mesa con ellas, pero eso nunca lo sabremos. (continuará)
Foto: Carhoven
Texto: Dsdmona
Como siempre tus relatos intimistas me dejan sin palabras, pero deseosa de saber cómo continuará. Un besito
ResponderEliminarTempodelecer
Que tendra el mar?...
ResponderEliminarAquí quedo, como alumbrada por la luz del faro, el resto del relato...
Un abrazo
"Quilla!!"... has dado palabras a miles de pensamientos, miles de sueños y miles de proyectos....
ResponderEliminarSigue con esta historia que ya nos ha enganchado.
Un beso