No morir de amor...



Fresas, mieles, chocolates, almendras, cada alimento era bendecido de placer en sus labios. Se olían, se abrazaban, se saboreaban reconociéndose. Sus pieles muertas renacían con sus miradas.

Se herían de placer, clavando sus lenguas hasta lastimarse de amor las entrañas. Bocas deshechas y rehechas son fin; los deseos naufragando en sus salivas… empapándolos.

Sus delicados dedos traspasaban los límites de la cordura. Aquellas manos benditas le elevaban a un mundo de placer desconocido, en el que el único rezo posible era rogar por no morir de amor. (pág. 44)

Foto: Alejandromunozmulet
Texto: Ella que todo lo tuvo, Ángela Becerra

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