Ésa fue la primera vez que Raquel vio sonreír a su abuelo, la primera vez que contempló su sonrisa auténtica, dos labios curvándose de pura alegría en un rostro sin sombras, sin reservas, sin miedo y sin dolor. Su abuelo sonreía como un niño pequeño, como un adolescente feliz, como un estudiante fervoroso, un soldado valiente, un fugitivo con suerte, un abogado tranquilo, un luchador resignado y un madrileño lejos de Madrid, como todos los hombres que había sido, como todos los que volvió a ser en ese instante, apenas un segundo, el tiempo suficiente para pensar que tal vez hubiera llegado el momento de firmar la paz consigo mismo (pág.95)
El verbo creer es más ancho y más estrecho que ninguno, eso aprendería, y recordaría esas palabras muchas veces, cuando pude creer y cuando quise creer, cuando descubrí qué podían, qué querían creer los demás, cuando eso importaba más que eso. Cuando lo tuve todo, cuando me quedé sin nada recordé muchas veces esas palabras, y aquella noche, cuando Raquel las pronunció, percibí su gravedad, su transcendencia, pero no las interpreté en la dirección correcta. Aunque no quisiera saberlo, ni siquiera pensarlo, ya la deseaba demasiado como para poder desvincular su pregunta de mi propio deseo (pág. 282)
No habría encontrado la manera de explicar que podría seguir mirándola toda la vida, que le haría falta una vida entera para admirar su gracia, la armonía de sus movimientos, esa belleza tranquila que era tiempo, y era paz, y era alegría, y era serenidad, y era placer, una expectativa de felicidad, la cordura, la fe y la capacidad de desear. Aquella imagen condensaba todo lo que él no tenía, todo lo que había perdido, lo que había olvidado, lo que ya no existía y sin embargo volvió a nacer en ese instante. Una muchacha se lavaba la cabeza, y una cáscara dura, seca, consciente de su propia torpeza, caía al suelo sin hacer ruido, inservible ante el poder de unos brazos desnudos, armados con su sola desnudez (pág. 603)
Comprendí del todo el significado de algunas palabras, tú, yo, sólo, nunca, antes, nada, conmigo, porque me sentí unido a esa mujer como si los dos fuéramos una sola cosa y el todo por fin un número entero, exacto, escrupulosamente igual a la suma de las partes. Amar a Raquel era tan fácil e inevitable para mí como respirar. Lo sabía mi cuerpo, lo sabían mis manos, lo sabían mis ojos. Yo también lo sabía, y me bastaba con acariciar despacio esa piel perfecta que volvía a nacer, una y otra vez, bajo la presión atenta y satisfecha de mis dedos, para estrenar todas las palabras que conocía, todas las que creaba en el preciso instante de pensarlas para lograr que el concepto antes nunca hubiera existido, como no existía el concepto después entre las cuatro esquinas de esa cama que impulsaba el movimiento del planeta (pág. 681)
El corazón helado
El día de su muerte, Julio Carrión, hombre de negocios cuyo prestigio se remonta a los años del franquismo, deja a sus hijos una gran fortuna pero también un pasado lleno de sombras: no le gustaba recordar su juventud ni sus peripecias en la División Azul. En su entierro, su hijo Álvaro se sorprende por la presencia de una atractiva joven que tal vez fue la última amante de su padre. Esa joven, Raquel Fernández Perea, es hija y nieta de exiliados republicanos en Francia, y se acuerda muy bien de ciertos episodios de su infancia. Ahora el azar hará que los destinos de Raquel y de Álvaro se entrecrucen, y, con ellos, las viejas historias familiares de ambos.
De libros sobre la Guerra Civil se han escrito cientos, de testimonios de que allí sucedió los tenemos de un bando u otro y aún así continúa sorprendiéndome lo bajo que puede llegar a caer el ser humano cuando tiene la oportunidad. Ningún bando fue bueno o malo, hubo de todo como distintas eran las personas que los integraban. Este libro cuenta la historia de dos familias, unidas por casualidad y por desgracia de unos y vileza de otros. No eran buenos, no eran malos, a veces, fueron como las circunstancias quisieron que fueran pero es en estos momentos cuando se tiene que demostrar de que está hecha la persona y hay una familia, un padre de familia en este caso, que demostró lo poco que valía su alma.
Las consecuencias las sufren los hijos e incluso los nietos años después y da lugar a una truculenta historia común donde las palabras, los silencios dañan mucho más que los actos, las caricias duelen, amortiguan pero no llegan a ser capaces de curar. El amor en todos los matices, familiares y pasionales nos son enseñados hasta los últimos extremos, haciendo una defensa atroz de sus pensamientos.
Un libro largo, dolorosamente largo incluso, lleno de momentos buenos, buenísimos, tristes y tristísmos donde cada uno podemos sentirnos identificados con algún personaje, con alguna situación y inevitablemente recordar...
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Hola, de nuevo por aquí,leí este libro cuando salió, y aunque su autora no es de mis preferidas, creo le ha salido un libro magnifico, quizás dada su extensión podrían sobrarle algunas páginas, pero está muy bien escrito y sobre la historia que cuenta, es como otras muchas que vivieron una guerra sin sentido y dónde(siendo cierto que en momentos hubo gente que se paso en ambos bandos) yo creo que sí hubo "buenos" y "malos", al menos unos representaban lo que el pueblo había votado en su momento, con la legitimidad que eso supone y los otros en nombre de una "supuesta" España Una, Grande y Libre.... se cargaron y esto lo digo subrayandolo, todo lo que había. El libro lo expresa muy bien. No es una historia cualquiera, en muchas familias españolas sucidieron cosas que hoy si se cuentan parecerían una novela.
ResponderEliminarDisculpa el libro es muy bueno, un beso
Tempodelecer
Me encantó este libro, cuando lo leí, al poco de salir. Me parece una buena radiografía de toda una época y muy bien trazados la historia y los personajes. Un beso.
ResponderEliminarUfff, es uno de esos libros que no me voy a cansar de recomendar. ¡Me gustó tantísimo cómo contó la historia de Álvaro y Raquel! Como bien dices, hay muchos libros sobre la guerra civil... muchísimos... pero pocos tan redondos, tan bien contandos.
ResponderEliminar... y yo también creo que sí que hubo buenos y malos...
Un beso,
Vanessa
Me gustó mucho "los años del miedo" de Eslava, sobre todo leerlo en comuna, fue una maravillosa experiencia. Este seguro que también cae, está ahí, en la estantería diciéndome "leeme, leeme" ja ja ja. Casi todo lo que he oído han sido maravillas.
ResponderEliminarYo no creo que hubiera buenos y malos. En un principio tal vez sí, pero llegó un momento en que las barbaridades se cometían en un bando y otro y eso quita legitimidad a cualquiera.
Besos
En las guerras nadie es "bueno" o "malo" porque se pierde el sentido de lo más natural, la supervivencia y la defensa de la vida humana, en cuanto que somos capaces de matar a otro semejante. Sí hay causas buenas y criminales que las aniquilan, y quienes empezaron la guerra civil fueron asesinos de muchas cosas, además de imponer una tiranía de 40 años cuyos efectos todavía se dejan sentir en el país que vivimos. Eso no debemos olvidarlo nunca, si es que queremos aprender de la Historia y sus consecuencias, por aquello de no repetir trágicos errores.
ResponderEliminarMe apunto el libro para leerlo, que tiene muy buena pinta.
Saluditos