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A estas horas ya nos empezábamos a desperezar, al menos mi hermana y yo, mamá, papá y los abuelos ya estaban en pie. Desde que el año anterior celebraran su 50 aniversario los abuelos decidieron celebrar por todo lo alto cada nuevo aniversario y en eso estábamos. Vestidos y corbatas listos para lucir en cuellos y cuerpos, cabellos terminando de ser peinados y el timbre suena, una sonrisa que se apaga. Isabel, una de las amigas de toda la vida de los abuelos, casi familia, ha sucumbido a la enfermedad y no ha aguantado ni un segundo más, no va a ser la única del día y lo que empezaba con alegría se truncaba con amargura, la celebración se reducía drásticamente aún así se mantenía en pie. Comida copiosa y, a pesar de todo, bastantes risas y alegrías, con varios regalos... un paseo y regreso a casa, allí en la televisión, una imagen, unas lágrimas de toda una ciudad, de todo el mundo por una princesa muerta, "la princesa del pueblo" había fallecido bajo un puente de París. Ya no nos separamos de la pequeña pantalla, y uno tras otro fueron pasando programas y programas dedicados a su memoria, con sus imagenes, sus obras de caridad, su boda y sobretodo mostrando el dolor y el reconocimiento de la gente a la que ella se sentía tan unida después de un matrimonio que fue de todo menos lo que tiene que ser, feliz.
Hoy hace diez años, a ella le hacen una misa en su recuerdo con la presencia de toda la familía Real británica con la excepción de Camila, duquesa de Cornualles; lo entiendo, no es fácil saber que todo el mundo conoce que siempre fue la otra. Y yo, mientras tanto, no me preparo para ninguna celebración; este año ya no hay aniversario para celebrar y a lo único que aspiro es hacer sonreír para olvidar un poco el dolor de un día como hoy.